lunes, 4 de agosto de 2014

Psicología Perinatal en Aranjuez

A partir de Septiembre estaré en Aranjuez en un nuevo espacio de salud, crecimiento personal y atención a la maternidad: Eurekate.

Este centro, de reciente creación, está dirigido por Marta Vilches, coacher, terapeuta y formadora, que desde Alicante ha traído nuevos aires a Aranjuez transformando una antigua casa de pueblo en un lugar vivo donde puedes recibir tanto clases de yoga o pilates, hacer meditación, darte un baño en una piscina, pasar un fin de semana tranquilo, recibir un curso de técnicas de seducción, o celebrar la noche de San Juan. 

En septiembre entraré a formar parte del equipo de colaboradores del centro, con la apertura de una consulta de psicología perinatal. 

¿Qué es la Psicología Perinatal?

La psicología perinatal es la rama de la psicología que se ocupa de la investigación, el asesoramiento y el cuidado de los procesos psicoemocionales relacionados con el nacimiento y la maternidad: preconcepción, embarazo, parto, posparto y primer año de nacimiento. 

¿Qué cosas se atienden en una consulta de psicología perinatal?

   -Dificultades en la concepción, cuando no hay motivos médicos que lo justifiquen
   -Prevención y/o tratamiento de la ansiedad y el estrés durante el embarazo
   -Miedos relacionados con el embarazo, parto, posparto 
   -Acompañamiento en duelos por pérdida gestacional o perinatal
   -Parto traumático
   -Dificultades en la vinculación con el bebé
   -Depresión posparto
   -Aspectos psicológicos de la lactancia materna

   El cuidado del estado emocional de la mujer embarazada es necesario como medida preventiva para promover y proteger la salud de la futura madre y el bebé. 
Por este motivo, tanto en las consultas individuales y/o en pareja, como en grupos, las profesionales de psicología perinatal estamos ahí para asesorarte y atenderte en estos temas, y otros que pudieran surgir derivados de la experiencia de convertirte en madre-padre. 

Para que podáis crecer junto a vuestro bebé, disfrutando de la experiencia de la maternidad. Os recuerdo que en Madrid zona norte podéis encontrarme en Clyope.  

Ya os informaré de la jornada de puertas abiertas que se hará en septiembre para que podáis conocer Eurékate en Aranjuez. ¡Seréis bienvenid@s!




domingo, 3 de agosto de 2014

Mi perro me pide whatsapp


Y si no lo ha hecho todavía..., ¡lo hará! ¡ya veréis! ¡Es sólo cuestión de tiempo!. Como fue cuestión de tiempo que yo también lo tuviera.

Hasta hace dos días, no sólo no tenía descargada esta aplicación en mi móvil, sino que ni siquiera tenía conexión de internet en mi dispositivo. 

(Ahora no se llaman "teléfonos"..., se llaman "dispositivos")

Sí, yo era objetora consciente de la red en mi móvil. 

En su momento decidí desactivar esta opción en mi aparato. Poco después alguien me explicó que hacer esto se conoce como : "capar el móvil". 

Curioso, pero saber esto me permitió entender muchas cosas...: 
¡Claro! ¡Si tener o no conexión de internet en el móvil es también una cuestión de "pelotas", normal que todo el mundo lo tenga! 

Pero ahí he estado yo..., durante cuatro largos años, siendo objetora de la utilización de la red en la calle. 

A quienes se quejaban una y otra vez porque no podían comunicarse conmigo por esos medios: "lo siento, pero es que tengo una manía desde pequeña, y es que, no sólo me gusta mirar por donde voy, observar los pájaros, e incluso atreverme a mirar de vez en cuando las nubes, sino que es que también me gusta la gente". 

Me gusta, (o mejor dicho, me gustaba, porque ahora ya no es posible), observar las caras de las personas con las que me cruzo, capturar de vez en cuando alguna sonrisa perdida sin dueño que "por casualidad" acabo encontrándome, sonrojarme cuando una mirada masculina anónima me habla sin decir nada... 

Pero ahora esto ya no es posible. (Qué lástima)



Por todo esto, porque ya me basto y me sobro conmigo misma para dar la imagen de "bicho raro", porque ya estoy cansada de dar explicaciones a todo el mundo: "No!!, no tengo whatsapp por esto y esto..." y porque, sobre todo, me apetece volver a tener amig@s..., y dejar de ser invisible, desde hace unos días... , yo también tengo whatsapp.  

Sí..., invisible..., completamente invisible. 

No fui totalmente consciente de este fenómeno de "invisibilidad" (curioso el parecido con "imbecilidad") hasta un día que, haciendo el paseo habitual con mi perrita, tome conciencia de ello. Ya había tenido algunos síntomas de "mujer invisible" en otras ocasiones: yendo en el metro, en el cercanías, o incluso estando sentada en el parque... Pero no me esperaba sentir algo así mientras paseaba a mi perro. 

Fue hace poco, en una tarde en la que posiblemente yo debía estar más lúcida, o más sensible, o quizás simplemente, más sola. Mi perrita y yo hacíamos el recorrido habitual de todas las tardes, en unas calles cercanas a donde vivimos que suelen estar muy tranquilas. 
A una cierta distancia de donde estábamos nosotras apareció la primera pareja "dueño-perro". El otro animal, por supuesto, en seguida se dio cuenta de nuestra presencia, y desde donde estaba nos miraba fijamente, desafiante y utilizando todo su cuerpo para preguntar: "¿Quienes sois?". 

Mi perrita también parecía sentir curiosidad por lo que decidí acercarme poco a poco donde estaban. La dueña, a pesar de que su perro tiraba con tanta fuerza de la correa que hubiera podido arrastrala, parecía indiferente a lo que estaba pasando. 
Su mirada estaba fija en algo que tenía entre sus manos (claaaaaaroooo...), y cuando Kika (mi perrita) y yo estábamos casi a su altura, antes del inevitable "Hola!" (porque a mi me gusta saludar...), con cara de claro disgusto pegó un tirón de su pequeño amigo y lo llevó arrastrando sin decir nada en dirección contraria. Todo esto sin levantar ni siquiera la mirada del móvil. 
Mi perrita y yo nos quedamos planchadas. Los dos animales se lanzaban miradas suplicantes: "Quiero conocerte!!!!", pero fue imposible. 

Le hice una caricia a Kika ( y a mí misma) y le dije: "Ya vendrá otro amiguito". 

Minutos después, pocos metros más allá de donde estábamos, ocurrió exactamente lo mismo con otra pareja humano-can. 

Invisibles... Mi perrita y yo éramos invisibles... 

Es cierto que Kika sólo pesa tres kilos, y eso hace que en ocasiones, ni siquiera yo tenga claro si es un perro un ratón, pero yo..., no soy bajita, y por lo que os dije antes de ser un poco "bicho raro", suelo vestir con colores chillones y me permito el lujo de "no ir necesariamente a la moda", por lo que, es difícil no verme. 

Nada..., invisible...    



Hace años... (hace ya 15 años), teníamos otro perro. Era un Rotweiller, y a pesar de ser un animal de los considerados "raza peligrosa", todas las tardes disfrutábamos en el parque de los encuentros "con grupos de perros". Los animales se juntaban a jugar y los dueños aprovechábamos para hablar entre nosotros y conocernos. 
¡Era genial!. "Que si me perro no me come,..., que si me hace las cacas así o asá."  
Echo de menos aquellas "reuniones de perros". Allí hicimos amigos.  

Pero fue aquella tarde en la que nadie pareció querer que nos acercásemos, en la que ningún dueño de perro dejó que mi perrita y la suya hicieran "cosas de perros" (olerse el culo y eso). Aquella tarde en la que los comprobé que para mucha gente lo más importante es mantener la conversación que uno tiene con el whatsapp que levantar siquiera la mirada para intercambiar un saludo con alguien que se acerca con ánimo de relacionarse amigablemente. 

Fue aquella tarde en la que le dije a mi perrita: "Kika..., nos tenemos que hacer un whatsapp"

Yo ya lo tengo, desde hace pocos días, aunque he de decir que, salvo para jugar con mi hija, mandándonos caritas divertidas, no lo he utilizado aún. 

Poco a poco... ,a ver si por lo menos ahora, cuando mi perrita y yo nos encontramos a lo lejos con alguien, con quien a mí me apetezca intercambiar una mirada, o mi perrita un "lamido de oreja", le puedo mandar antes un whatsapp para que no salga corriendo, o nosotras seamos menos invisibles.   



Mientras tanto, trataré de no perder esa "manía" de subir la vista hacia las nubes de vez en cuando, buscar sonrisas cómplices y localizar miradas inquietas. 

Espero encontrarme algún día con la tuya.


   



 

domingo, 29 de junio de 2014

Mi historia de coraje en el hospital La Paz



Esta historia me trajo a mi hermosa hija Alba hace ahora trece años. Era un 3 de junio, y Joquín, Daniel (con tres años) y yo nos encontrabamos viajando desde León hacia Alicante para celebrar el nacimiento de la pequeña de la familia. 

Faltaban ocho días para cumplir la semana 40 de embarazo. Yo estaba feliz, porque al día siguiente volvería a encontrarme con mis amig@s de la maternidad Acuario, donde habíamos decidido que nacería también nuestra hija. 

Este embarazo lo había vivido muy intensamente junto a nuestro hijo Daniel. El estaría presente en el nacimiento de su hermana. Había imaginado tantas veces cómo sería ese momento en el mismo lugar donde él había nacido, casi cuatro años antes. Su nacimiento fue tan hermoso, tan especial. Habíamos decidido que todo fuera igual para Alba.    

Lo habíamos decidido así..., pero la vida había preparado algo diferente para nosotros..., para mí, y para nuestra hija.

Habíamos previsto hacer el viaje a Alicante en dos etapas, para que no fuera tan largo, sobre todo pensando en Daniel. Paramos a hacer noche en Madrid, en casa de mis padres. Llevábamos nuestro coche y de madrugada saldríamos de nuevo hacia Acuario. 

Y volvió a ocurrir..., demasiado calor para dormir bien, noche revuelta, yo sentía las contracciones, las olas que subían y bajaban, y recuerdo que le decía a Alba: 
"tranquila hija..., aún no toca...". 

No podía ser..., no quería que fuera... 

Estaba en casa de mis padres, en Madrid, ¡¡¡allí no podía ponerme de parto!!! Allí no quería!!! 

Antes del viaje lo había previsto todo (o eso creía yo...). Si las contracciones hubieran empezado en León, había decidido que me metería en mi baño y tendría a Alba yo sola. ¡¡¡¡Por nada del mundo me imaginaba tener a mi hija en un hospital con unos protocolos tan retrógrados que ni siquiera habían permitido a mi compañero entrar a ver las ecografías rutinarias!!! ¡¡¡jamás!!! Si me ponía de parto en León tendría a mi bebé yo sola!!!

Pero..., ¿y si Alba decidía nacer en medio del viaje? ¿en Madrid? ¿en casa de mis padres? ¡¡¿¿en mi cama de cuando era niña??!! Esta opción no me la había planteado siquiera... 

Eran las tres de la madrugada cuando me tocó empezar a aceptar. Desperté a Joaquín y le dije que tendríamos que pasar por un hospital antes de seguir el viaje. Ilusa de mí, aún tenía esperanzas de que aquello no fuera trabajo de parto verdadero... Las contracciones eran soportables, pero muy intensas y regulares. Ya había pasado por ese momento, y yo sabía que estaba vez todo podía ir aún más rápido que en la primera ocasión. Daniel había nacido con menos de cinco horas de trabajo de parto intenso, por lo que, si proseguíamos el viaje tal cual yo me encontraba en ese momento, nos arriesgábamos a que Alba naciera en ¡¡¡¡una gasolinera de Albacete?????!!!! ¡¡Nooooo!! No me apetecía aparecer en los periódicos por algo así!!!!

Daniel dormía plácidamente cuando mi padre nos llevó a Joaquín y a mi al hospital de La Paz, en Madrid, el más cercano a donde estabamos. Recuerdo que yo le decía internamente a mi hija: "No Alba no..., en el taxi del abuelo no se te ocurra nacer..." 

Aquello era como estar viendo una película en la que yo no había comprado las entradas. ¿¿Por qué?? No era como lo había previsto... ¿Estaba yo preparada para aquello? La vida luego me demostró que sí lo estaba.




Antes de salir hacia el hospital habíamos llamado por teléfono (el fijo de mis padres..., en aquel momento aún no teníamos teléfono móvil... ¡Qué curioso!) a Acuario. Agathe, la matrona que estaba de guardia me atendió, y recuerdo que me preguntó si no quería intentar viajar hasta allá. Yo no me creía capaz de parar aquello que mi cuerpo gritaba a voces durante todo un viaje, asi es que Agathe me dijo: "Marisol, ya sabes cómo quieres que sea tu parto..., no dejes que te metan miedo". 

Y así lo hicimos.

A las cuatro y media de la madrugada entrabamos Joaquín y yo por la puerta de urgencias de La Paz. "¿¿Qué hago yo aquí?? ¿¿qué hago yo aquí??" Las batas blancas siempre me habían hecho sentir pequeña, muy pequeña,... ahora no podía permitir que esto ocurriera. 
"Mi hija. Mi hija. Tengo que proteger a mi hija por encima de todos mis miedos"

Joaquín se despidió de mí. Me hicieron un tacto para ver como estaba y sin decirme nada me dijeron que me quedaba, estaba de parto. Me dieron una bolsa para mi ropa (o eso lo hicieron antes del tacto?) y me quedé vestida-desnuda con uno de esas batas verdes que te hacen sentir como si llevaras un babero de la escuela infantil. 

Recuerdo por donde iba mi diálogo interno: "Bien..., todo está bien... Nace Alba y en cuanto pueda pido el alta voluntaria y nos largamos de aquí..." 

Ya sola me subieron a una habitación. Mi mente estaba aún muy lúcida. Recuerdo las paredes blancas (demasiado blancas...), la cama metálica en el centro (demasiado metálica), la pared con todos esos aparatos extraños y cables que yo no sabía qué tenían que ver con un parto. 

En ese momento había visto ya a "no-sé-cuantas-mujeres" que me habían dicho qué tenía que hacer, o me habían preguntado cosas, pero ninguna se había presentado a mí. Recuerdo que yo en cambio les hablaba mirándoles a los ojos, con serenidad (toda la que en ese momento podía tener), tratando de conectar con ellas a nivel humano, por ver si esto era posible en aquel lugar. 

La última que habló conmigo me dijo que me quedaba sola en la habitación hasta que viniera una enfermera a ponerme un enema y abrirme una vía. Por aquel entonces ya se había corrido la voz en maternidad de que yo era "la que iba a Acuario a hacer parto natural"... No les puse pegas a nada..., pero yo ya vería cómo me las arreglaba para que me dejaran hacer a mi aire. 

Nunca se me han dado bien los enfrentamientos cara a cara, asi es que me limité a "poner cara de que todo va bien y voy-a-ser-una-niña-buena", para que me dejaran tranquila y pudiera hacer lo que ¡a mi me diera la gana! 

Esto funcionó. A medias, pero funcionó un buen rato.

Recuerdo que me senté en una butaca que había frente a la cama, en una esquina de aquella habitación, demasiado blanca, demasiado metálica, demasiado fría. 
A mi izquierda, un poco más hacia delante había una ventana. Aún era de noche. Yo no sabía qué hora era, ni me importaba. Joaquín no podría pasar conmigo hasta que me hicieran el enema y me abrieran la vía (nunca entendía por qué ni para qué), pero desde luego yo no iba a pedir ni una cosa ni la otra. 

Mientras esperaba que todo ocurriera mi mente iba y venía acordándome de mi pequeño Daniel. Qué decepcionante sería para él no estar en el nacimiento de su hermana. Lo habíamos hablado tanto. Yo tenía tantas ganas de que él estuviera con su hermana mientras naciera. Pero no allí, no en aquella habitación. 

Venían más contracciones, y yo respiraba allí sentada, con mi boca abierta mientras le decía mentalmente a mi hija que todo estaba bien, que yo estaba allí con ella para protegerla, que en cuanto naciera nos largaríamos de allí corriendo.

Desde mi habitación oía a una mujer gritando. "¡¡¡no puedo!!! ¡¡no puedo!!" Mientras otra voz de mujer le decía con autoridad y a gritos: "Estira las piernas..., ¡¡¡estira las piernas!!!" 

Yo sabía que estaba de parto..., pero...¿por qué le decía la matrona aquello? ¿para qué debía estirar las piernas? ¿por qué aquellos gritos de sufrimiento? Aquello no tenía nada que ver con lo que yo había vivido en Acuario, y ahora que sabía con certeza que "después me tocaría a mí", empecé a sentir miedo. 

De nuevo una contracción. Esta la pasé de pie. Seguía sola en la habitación. Por mi parte me parecía genial. Quería que me dejaran en paz el mayor tiempo posible. 

Si mi hija nacía pronto, allí mismo, conmigo nada más, podríamos irnos pronto. 
"Vamos hija, sigue adelante, que yo te recojo. Vamos a hacerlo sin que nadie se entere..."

La siguiente contracción la pasé de cuclillas, agarrada a un lateral de la cama. 
En ese momento vi cómo una enfermera pasaba rápidamente por delante de la puerta, que tenía en ese momento frente a mí. Cuando ella me vio agachada detrás de la cama se paró para mirarme y me dijo: 
"¿Qué haces? ¿rezando?" 

Me quedé alucinada con la pregunta, y por supuesto le dije que sí, claro, que estaba rezando... 
No estaba yo como para andar dando explicaciones. La siguiente contracción fue más intensa ya. Empecé a sentir que no era del todo divertido estar a solas con aquello. Recuerdo que estando allí de cuclillas me agarraba fuerte con mis manos a la sábana blanca (demasiado blanca...) de mi cama, como buscando consuelo en su contacto. 
Fue entonces cuando sentí que Alba hacía un movimiento rápido dentro de mí. Empezó a descender por mi cuerpo y por un momento temí que se me escurriera entre las piernas sin que yo pudiera agarrarla. 
¡¡Está ya aquí!! pensé, entre la alegría y el miedo. Me abría por dentro, recordaba aquella sensación del parto de Daniel, pero ahora no estaba allí la caricia del agua, ahora no estaba Joaquín conmigo para acompañarme cuando me sintiera morir, ahora no estaba en el sitio...

Me puse a cuatro patas en el suelo para frenar un poco aquello. Si lo iba a pasar sola debía hacerlo más soportable para mí. "Tranquila hija, tranquila, más lento..."   

Una mujer entró en la habitación mientras yo estaba en el suelo. Estaba vestida de blanco totalmente, tendría unos cincuenta años, rubia (de bote) y con gafas. Me miró con dureza y me preguntó con brusquedad: 
"¿Qué haces? ¿ya estás?" 

Yo no entendía nada... le dije con suavidad, quedándome apoyada de rodillas junto a la cama: "Necesito ayuda", a lo que ella me respondió, con un tono aún más duro: "Venga vamos!! ¿Que si has acabado ya?" 
Con mi cara le mostré claramente, en medio de otra de mis contracciones, que no sabía de qué hablaba: "¡¡¡ Que si ya has echo caca!!!" 
Y empezó a disparar de manera indiscriminada: ¡venga ya! ¡que este parto está siendo ya un coñazo!. 

Cogiendo fuerzas, y coraje, de donde pude en ese momento, y sin dejar de agarrarme a la cama, que era lo único amable que tenía allí en ese momento, le dije que sí, que había hecho caca (en mi casa...), y que prefería que no me tratase de aquella manera. 
Ante mi respuesta, y como si de una entrenada jugadora de tenis se tratase, armó su boca con fuerza y me soltó un revés con sus palabras. Me miró fijamente, con una mirada entrenada por el paso de los años y la experiencia, con una mirada que taladraría hasta una pared de hormigón, y me dijo la frase, seguro que tantas veces utlizada: 
"Si no quieres que te trate como a una niña, colabora!!!"  

Mi instinto de supervivencia me dijo rápidamente que aquella mujer era mejor tenerla como amiga que como enemiga, así es que, trataría de nuevo de comportarme como una "buena chica", para que ella me ayudase a que mi hija naciera y después salir corriendo. Era lo único que quería hacer en ese momento. Que mi hija naciera ya para salir corriendo de allí. Me sentía frente a una auténtica depredadora, y mi hija estaba ya demasiado cerca de mi como para frenar lo que estaba pasando en mi cuerpo. 

Yo seguía sin saber quien era aquella mujer, seguía sin saber por qué estaba de tan mal humor, qué le había hecho yo para que me tratase así. Fue entonces cuando llamó a un celador. Todo ocurría muy rápido. Aquel chico entró con una camilla con ruedas a la habitación, y preguntó que si me ayudaba a subirme. Aquella mujer, la "sargento", le dijo  que no, que yo "venía a hacer parto natural" y que entonces le siguiera andando. 

Sentía hostilidad verdadera hacia mí. ¿Por qué? Me fui arrastrando como buenamente podía detrás de aquella camilla, a una habitación cercana. "La sargento" me dijo que me tumbara, que necesitaba explorarme, que tenía que tumbarme en la cama por mucho parto natural que quisiera hacer, y que tenía que dejarle abrirme una vía. Yo no tenía fuerzas para discutirle nada. Yo sabía que mi hija nacería en cualquier momento, y no pensaba que fuera prudente enfadar más aquella mujer. 




Recuerdo que me tumbé, y me sentí como si estuviera en el matadero. Ahora sí que estaba sola. Y asustada. Todo lo que me daba más miedo estaba allí mismo. Cuando habíamos preparado el nacimiento de nuestra hija en Acuario, era porque yo no me sentía capaz de verme pariendo en un hospital, ni tumbada, ni acompañada por una matrona que me tratase de aquella manera. Yo necesitaba sentirme fuerte, capaz, protagonista, y que las personas que estaban conmigo me inspirasen confianza y amor. 

La vida había preparado otra cosa. Me tocaba aprender más sobre mi fuerza, mi coraje, mis capacidades, y era mi hija la que me iba a dar esta lección.   

Volvió otra contracción, y la enfermera que iba a abrirme la vía estaba junto a mí. Cerca, muy cerca. Y entonces, en décimas de segundo, en medio de la intensidad de la ola que atravesaba mi cuerpo mientras estaba allí tumbada, como si de repente me hubiese convertido de una especie de "vampiro", ansiosa de piel humana, pude casi oler la proximidad de su piel. Cerca de mí. 
Miré a los ojos de aquella mujer y con voz suave le pedí: "por favor, ¿me dejas que te agarre el brazo?. No recuerdo su cara, pero recuerdo todos los matices de la piel de aquel brazo que estaba en ese momento frente a mí. Ella me respondió con miedo: 
"Bueno, si no me haces daño...". 

Cerré los ojos y me agarré a su piel con auténtica sed de contacto humano. Con los ojos cerrados aquel contacto fue como volver a casa, como estar con mi madre. Y me dio un segundo de paz en medio del pánico. Le di las gracias con una sonrisa cuando todo pasó. Y ella se alejó sin más.

Volvió de nuevo "la matrona sargento" gruñendo entre dientes no sé que cuantas barbaridades. Yo seguía tumbada, por supuesto. Todo seguía ocurriendo muy rápido. No sé muy bien qué debió ocurrir en la anterior contracción, pero ella empezó a quejarse de lo sucio que estaba siendo aquel parto, que lo tenía todo "perdido", que nunca había visto un parto tan sucio... Y seguidamente, y sin cambiar el tono, me informó que aún no había roto aguas y que debía romper la bolsa, que tenía que monitorizar al bebé. Yo no dije nada en contra. ¡¡¡Por Dios!!! ¡¡Sólo quería que acabase aquella locura!! 
Metió algo entre mis piernas y rompió la bolsa. No dudó entonces en acercarse a mi cara con algo entre sus manos. Era lo más cerca que estuvo aquella mujer de mi en todo el tiempo. Memiró a los ojos y enseñándome aquel líquido me dijo: 
"¿Ves esto? ¿sabes lo que es? pues que sepas que tu hija ha estado sufriendo..." 

Todo se hundió debajo de mí. ¿Qué le había hecho yo a mi niña? ¿de qué hablaba aquella mujer? Las aguas estaban algo teñidas, pero yo estaba segura de que mi hija estaba estupendamente. Hasta ese momento por lo menos... Ahora mi fuerza interior se iba por un desagüe, junto a las palabras de aquella mujer y a aquellas aguas teñidas. No podía más. Me sentía morir. 

Como si de un ángel se tratase, vi entrar a Joaquín por la puerta. Traía una de sus mejores sonrisas, yo sabía que para aliviarme. También traía una de esas caras de "no entiendo nada". Recuerdo que extendía mis manos ávidas hacia él, hacia su cuello, hacia su cara, sintiéndome de nuevo "vampira de piel". Tiré de su cara hacia la mía, sentí su olor, mientras la matrona gritaba: "pero qué haces??!! estás poniendo perdido de sangre a tu marido??!! Nunca he visto un parto tan sucio!!" 
(¿Qué narices le pasaba a esta mujer con la suciedad?)

Estaba ahora acompañada por una enfermera, y me pidió que estirara las piernas, que tenía que monitorizar al bebé. Yo no sabía qué pasaba, pero sí sabía que no podía estirar las piernas. Literalmente, ¡no podía! Mi hija había estado sufriendo, aquella mujer tenía que ayudar a mi hija ahora, y yo debía obedecerla, pero ¡mis piernas no se estiraban! Y recordé los gritos de la mujer en la habitación de al lado unas horas antes..., o minutos, o días...

La matrona y la enfermera estaban colocadas cada una a un lado de mis piernas. Me empujaban con todas sus fuerzas las rodillas hacia abajo para que yo estirase. Y de repente, otra contracción. Esta me atravesó completamente. 
Allí tumbada sentí como algo me recorría todas las tuberías y yo no podía evitar empujar. Como un gran orgasmo, pero sin placer. Como un gran orgasmo en medio de una violación. Porque así es como yo me sentía en aquel momento: violada. 

Vi como aquella mujer estaba entre mis piernas, metiendo algo punzante. Mis piernas estaban ahora flexionadas, miré la ventana que estaba a mi izquierda, y mi hija se escurrió desde dentro de mí. Como un pececillo, de nuevo. Aquella sensacíón de alivio y felicidad. 

Acababa de amanecer en ese momento y mi hija estaba sobre mí. No lloraba. La cara de la matrona había cambiado. Parecía que todo iba bien. Yo sabía que todo iba bien. Al ver a mi niña se me olvidó de repente todo lo malo ocurrido. En ese momento volví a enamorarme de todas las personas que estaban junto a mí. Sargento incluida. 

Alba había nacido... ¡al alba! y era preciosa, ¡tan bonita! ¡tan pequeña! 

No era lo habitual en La Paz en ese momento, pero como yo iba a hacer "parto natural", me dejaron darle de mamar en el paritorio. Rosa, que así se llamaba la matrona, que en ese momento decidió presentarse (por fin!) se volvió casi humana. 
Que si llevaba 24 horas de guardia..., que si estaba agotada... 
Como si de un síndrome de Estocolmo se tratase, en aquel momento de tanta felicidad para mí, sentí lástima por aquella mujer. Aquella mujer que me había estado maltratando de mil y una maneras. A las cuatro y media llegaba a La Paz, a las seis y media nacía Alba, y aún así habían sido capaces de maltratarme una y otra vez.  A pesar de que yo sabía cómo quería que fuese mi parto, a pesar de lo rápido que fue todo. Aquella matrona me había infantilizado, insultado, juzgado, despreciado, agredido. Con sus palabras, con sus gestos, con su actitud insensible y su crueldad. 

Después me explicó que ellas pensaban que alguien me había puesto ya el enema, y que cuando vieron que en el parto salían heces, no entendieron nada. Esta claro que yo tampoco. 

A las once y media de esa misma mañana salíamos de aquel lugar. No queríamos más intervenciones, más torpezas, más descalificaciones. 

Aún quedaba "el postre final". 

Mientras me trasladaban hacia la habitación, mi hija se quedó con ellas. Cuando la trajeron después, le habían hecho un lavado de estómago ¡¡¡del calostro!!! Nadie me pidió disculpas cuando después supieron que la niña había estado mamando en el paritorio. Nadie le pidió disculpas a ella cuando supieron que lo que tenía en su pequeño estomaguito no era "aguas sucias", sino el regalo blanco y dulce de mi cuerpo. 

Mi autoestima estaba en ese momento tan destruida que ni se me ocurrió en ese momento la posibilidad de que aquella intervención que le hicieron fuera innecesaria. Al fin y al cabo la matrona me había dejado bien claro que mi hija había estado sufriendo dentro de mí. Seguro que mi hija necesitaba aquel lavado de estómago. Pobrecita mi pequeña..., su madre no había sido capaz de protegerla...

Cuando supe que no. Que lo que sacaron de su cuerpo no era agua meconial sino mi calostro, lo tuve claro. Nos iríamos de allí sin dudarlo. 



Antes de firmar el alta voluntaria nos amenazaron con todo tipo de cosas terribles que podían pasarnos a mí y a mi hija si nos íbamos de allí. ¿Y quien nos protegía de las mil cosas terribles que podían pasarnos si nos quedábamos allí?  Estaríamos pasando ese día en casa de mis padres, muy cerca de allí. Si algo malo ocurría no dudaríamos en ir a un centro sanitario. 

Al salir de aquel lugar con mi hija en mis brazos me sentí a salvo. La tristeza, la rabia, el dolor emocional fueron apareciendo cuando mi cuerpo fue volviendo a la realidad, en las horas y días siguientes. 

Durante mucho tiempo pensé en denunciar a aquella matrona. Sólo fueron dos horas en aquel hospital, y en aquel breve tiempo me habían violado y agredido de mil y una maneras. A mi y a mi hija, que a los cinco minutos de vida le habían obligado a tragar un tubo de plástico para lavarle el estómago. 

Me tocó reconstruir todo aquello mental, emocional y energéticamente. Con voluntad fui trayendo a mi mente todas aquellas imágenes de lo que sí había podido hacer en aquel momento, a pesar del miedo. Las imágenes de todas esas contracciones que pasé a solas agarrándome fuerte a mi hija y tratando que las enfermeras me dejaran en paz. Las imágenes de cada vez que, sin que nadie me viera, tomaba "mi chute" de bolitas de homeopatía que llevaba escondidas en mis manos para que nadie me las quitase. 

En la entrada del hospital me habían quitado mi ropa, mi identidad, mi libertad, la compañía de mi marido. Cuando me vi sola en la habitación me tocó aceptar. Sentí con claridad que a mi hija no le hacía bien que me pelease con lo que estaba por venir, por lo que me solté de mi deseo de un parto en Acuario, me solté de mi fantasía de control absoluto, y me dejé fluir. Gracias a aquello mi hija nació rápidamente, pero aún así no pude protegerla, ni protegerme de todas las agresiones que estarían por venir.

Alba, con su nacimiento, me trajo más fuerza, más coraje. Me demostró que, aún en aquellas condiciones, yo podía parir. Desde entonces trato de compartir con las mujeres y parejas la importancia de aprovechar el embarazo y el parto para empoderarse, para conectar con todo nuestro poder y de reparar las heridas que pueda traer de atrás nuestra autoestima. 

No hay forma de controlarlo todo. La vida nos trae una y otra vez situaciones en las que nos tocará poner a prueba nuestro poder, muestra determinación, nuestra confianza y coraje. No es posible controlar lo que es externo a nosotras, pero sí está en nuestra mano mantenernos centradas, enraizadas, a pesar de las tormenta. Fuerza en las raíces, y flexibilidad para adaptarse a las circunstancias. Sin peleas que desgasten. Sin rigidez.

Esa fue mi historia de coraje con el nacimiento de Alba. A partir de entonces vinieron, y seguirán viniendo muchas más historias. 

Ojala cada vez más profesionales de atención a la maternidad vayan siendo conscientes de la importancia de cuidar y proteger emocionalmente a las mujeres durante el embarazo, parto y posparto. En ese tiempo se construyen las bases de su relación con su hij@, relación que es fundamental para la futura salud, a todos los niveles, del bebé recién nacido o por nacer.  

Gracias preciosa Alba por tu lección de vida.    
             

        

                   

sábado, 28 de junio de 2014

Mi historia de amor en la maternidad Acuario


En este mes mi primer hijo, Daniel, ha cumplido 17 años. Diecisiete años ya... ¡vaya!

Su nacimiento fue el 6 de Junio de 1997, y me resulta fácil evocar el recuerdo de aquel momento, de toda su intensidad, de cómo todo lo que iba ocurriendo en mi cuerpo me llevaba, inevitablemente a un lugar en el que el tiempo y el espacio desaparecerían..., para luego estar y ser más presentes y vivos que nunca. 

En aquel momento yo no sabía exactamente qué iba a ocurrir durante el parto, reconozco que confiaba plenamente en que si el entorno era el adecuado, la fisiología respondería adecuadamente. Sí me había ocupado, junto con mi compañero, de buscar el lugar, y los profesionales adecuados para acompañarnos en el nacimiento de nuestro hijo. En aquel momento, en León, no logramos encontrar a nadie que quisiera atender nuestro parto en casa. Una matrona de Asturias con la que hablé por teléfono me recomendó que me pusiera en contacto con la maternidad Acuario. 

Para dar a luz a Daniel necesitaba un lugar donde me permitieran moverme y expresarme libremente. La danza y la terapia bioenergética estaban siendo fundamentales en mi crecimiento personal, y en ese momento no me imaginaba dando a luz en un lugar en el que no me permitieran vivir a tope aquella experiencia desde el cuerpo y lo emocional. 

No podía imaginar hasta qué punto aquella experiencia iba a ser fundamental en mi vida, y de qué manera iba a transformar nuestros caminos. El de Joaquín, mi compañero del alma, y el mío.  

Cuando llegué a la maternidad, a las ocho de la mañana, me dijeron que aquellas contracciones no parecían de parto. El día anterior había hecho un viaje en tren de 800 km, desde León, donde vivíamos, hasta Alicante. La noche la habíamos pasado en casa de una amiga, y yo no había podido dormir nada. 
En León aún estabamos con calefacción en aquellas fechas, y en Alicante nos habíamos encontrado con más de treinta grados. 

Aún faltaban diez días para la semana 40, y las contracciones eran irregulares, por lo que lo más probable era que si lograba descansar un rato, las contracciones parasen. Nuestras maletas, después de todo el viaje, estaban en la sala de espera de la maternidad. 

La enfermera que nos recibió en la maternidad me invitó a meterme un rato en el agua caliente. Yo estaba agotada después del viaje y de una noche de no dormir del todo bien, así es que la invitación me sonó maravillosamente. 

En un rato me encontraba en un lugar que me pareció el paraíso: luz suave, colores anaranjados en las paredes, una bañera preparada para recibir mi agotado cuerpo... Allí nos dejaron a solas. Al meterme en el agua, totalmente desnuda, mi cuerpo y mi mente viajaron a otra dimensión. Cerré los ojos. El agua cubría todo mi cuerpo y me fue relajando. Me dejé mecer y sentí con claridad que estaba en el lugar que necesitaba en ese momento. 

Aún yo no sabía que estaba de parto... 
Y sí. Sí lo estaba. 

Las olas empezaron a ser cada vez más intensas y regulares. Me movía de una y mil maneras dentro del agua. Joaquín no se separaba de mi en ningún momento. Y yo ya no estaba allí..., entré en un lugar de no retorno donde el ritmo de la naturaleza fue abriéndome por dentro. Todo fue rápido. Muy rápido. 

A las diez de la mañana Joaquín fue a buscar a una de las enfermeras porque yo necesitaba ir al aseo. Sentía que algo dentro de mi empujaba muy fuerte. Todo estaba ocurriendo tan rápido que ni siquiera era consciente de que era mi hijo que llamaba a la puerta. Aquella mujer tan amable que me había recibido en la maternidad me había dicho que no estaba de parto,..., pero la naturaleza había empezado ya a hacer su trabajo. 



En el momento en que me ayudaron a salir de la bañera, y sentí el suelo bajo mis pies, algo volvía a cambiar. 
Ya no quise volver a meterme en el agua. Soy un "animal de tierra", y en tierra nacería mi hijo. 

Fui al aseo recorriendo un pequeño pasillo que me pareció enorme. Sentarme en la taza me alivió enormemente. 
Al volver al paritorio me invitaron a tumbarme de lado en el sofá que había junto a la bañera. Yo me dejaba hacer. 
Confiaba plenamente en aquellas personas y además Joaquín me acompañaba en todo momento. Su presencia a mi lado fue muy importante para mí. En ese momento era mi conexión con el mundo. Mi madre, mi hermano, mi compañero del alma, la persona con la que yo me sentía a salvo. Estando con él, y en aquel lugar, nada malo podía pasar. 

De repente "un angel" se acercó a mi. Aquella mujer me acercó un vaso con una pajita y me invitó a beber. Estaba dulce y muy, muy frío... En ese momento aquella bebida fue como un salvavidas para mí. Estaba en trabajo de parto, completamente dilatada, después de un viaje demasiado largo, una noche demasiado calurosa en la que no había podido dormir, después de haber cenado sólo una ensalada y no haber desayunado nada... Posiblemente estaba con la tensión y la glucosa por los suelos, y eso, sumado al cóctel hormonal que tenía en el cuerpo, hacía que apenas pudiera ni moverme. Aquella mujer intuyó que necesitaba beber algo azucarado y frío. Lo intuyó, y acertó. 

Poco después llegó Enrique Lebrero, el ginecólogo que estaría conmigo durante el nacimiento de Daniel. No nos conocíamos aún, pero su presencia me dio fuerzas. Llegó con una sonrisa fascinante, me miró con intensidad a los ojos, se presentó y sin perder mi mirada me dijo: 

"Tu hijo está a punto de nacer. Lo que ocurra a partir de ahora depende solamente de tí. Adelante." 

¡¡¡Díos mío!!! Sus palabras, su mirada, su sonrisa... ¡¡¡y el subidón de azucar!!! me hicieron por fin darme cuenta de lo que estaba pasando. Mi hijo estaba a punto de nacer!!!! Mi pequeño Daniel, tan deseado!!!! 

Recuerdo que me senté en la silla de parto. Joaquín detrás de mí. Me sentía feliz en ese momento. Todo el cansancio se me había pasado. 

¡¡¡Mi hijo estaba ya allí!!! 

Una primera contracción allí sentada y rompí la bolsa de aguas bañando todo a mi alrededor. Aquello fue tan explosivo que Enrique, que estaba sentado casi en el suelo, frente a mí acabó con los pantalones empapados. 
Recuerdo su risa en aquel momento. Recuerdo mi risa, y mis fuerzas, y la certeza de que Daniel estaría en mis brazos en cuestión de minutos. 

La fuerza de la gravedad ayudó a que en la siguiente contracción, que ya no me dolía, la cabeza de mi pequeño apareciera entre mis piernas. Enrique me animó a que tocara su pelo. Además me acercó un espejo para que pudiera verlo. Fue increible.  Me sentía totalmente lúcida. Y absolutamente enamorada... de Joaquín, que entre contracción y contracción dejaba que mi cuerpo reposara sobre el suyo, de Enrique, con su presencia que me había transmitido tanta alegría, fuerza y seguridad, y de mi pequeño Daniel, al que ya por fin había visto y tocado. 
Enrique me avisó entonces de la sensación sorprendente que iba a venir después. El aro de fuego traspasó mis entrañas. Recuerdo que mi boca y mis ojos se abrieron, con un gesto de sorpresa. Recuerdo la intensidad de la sensación, lo sorprendente, pero no recuerdo ninguna molestia. 

Una contracción más y sentí como Daniel se escurría entre mis piernas, como un pececillo... Tan precioso, húmedo, resbaladizo,... 
Enrique lo recogió y enseguida me lo puso en mis manos. Recuerdo nuestro primer abrazo, y cómo abrió los ojos en cuanto escuchó nuestra voz. Sus enormes ojos. Y me enamoré aún más. Perdidamente.  

Cuando llegó el momento Enrique pasó unas tijeras a Joaquín y le invitó a que cortara. 
            
"Que lo que separa el hombre, no lo vuelva  a unir ¡ni Dios!"    

Como si de un maestro de ceremonias se tratase, esas fueron las palabras con las que Enrique animó a Joaquín a que cumpliera con el ritual. Mi hijo hacía por fin su primera separación de mi cuerpo físico. 

Fue hermoso. Emocionante. Placentero. Amoroso..., muy amoroso.

Aquello fue una verdadera historia de amor. Como nosotros habíamos querido que fuera. 
Gracias a Enrique Lebrero, y a todas las personas que hicieron posible aquel precioso día. 

Gracias Joaquín por ser en aquel momento la mejor compañía que podía tener. Por la confianza, ternura y seguridad que me inspiraste.

Gracias Daniel por todo lo que he creciendo y sigo creciendo a tu lado. 
Nunca imaginé que ser madre me iba a llenar tanto. Nunca imaginé todo lo que me traería después...


domingo, 11 de mayo de 2014

PARTOS EN LA TRIBU HUICHOL


Llevo varios días preparando el guión para un taller que voy a impartir en unas semanas y que está dirigido especialmente a los embarazados. 

¡Sí! ¡No me he confundido! 

En esta ocasión el taller está pensado para que ellos sean los protagonistas. 

Los futuros padres cada vez más reclaman algo de orientación para poder acompañar a sus parejas en el momento del nacimiento de una forma eficaz. 

La imagen del hombre fumando en la sala de espera del hospital mientras la mujer da a luz, afortunadamente, ya ha quedado obsoleta. 

El nacimiento de un nuevo ser es una cuestión de, al menos, tres personas: la futura mamá, el bebé, y el futuro papá. Antes estaba prohibida su presencia en ese momento, y ahora ya no sólo se les permite, sino que incluso en ocasiones se les reclama, su presencia. 
(¿A ver si nos estamos pasando de nuevo?) 

Entre la prohibición y la obligación anda el juego... y en medio de todo esto, ellos piden ayuda a las profesionales para que les expliquemos cómo hacer para acompañar.  

En los años que estuve colaborando con las matronas de la maternidad Acuario conocí muchas parejas. En muchas de ellas, se percibía claramente la conexión empática natural que fluía entre los dos miembros de la pareja. Ellos no necesitaban ninguna ayuda para entender cuál era su papel en el momento del nacimiento. 
(Disculpad..., pero a estas alturas trato de utilizar lo menos posible la palabra "parto", tan cargada de connotaciones negativas...)

Para otros futuros padres, en cambio, la cosa no estaba tan clara. Ellos, que durante el embarazo no tienen la suerte de estar recibiendo el coctel hormonal que lleva nueve meses preparando el cuerpo-mente de su compañera para lo que está por venir, necesitan algo más de ayuda para entender en qué consiste su tarea durante el nacimiento de su hij@.  
  
Para mostrarles de qué manera la naturaleza ha previsto que su implicación y presencia en el momento del nacimiento sea importante puedo acudir a argumentos psicológicos, históricos, sociológicos, incluso fisiológicos y médicos, pero en esta tribu mexicana han llevado los argumentos aún más lejos. Para ellos es una cuestión ¡¡¡de huevos!!! 

Lo siento..., no pretendo ser irrespetuosa, pero es que no conocía esta tradición y me ha resultado muy sorprendente. Según lo que cuenta la antropóloga Laura Núñez, en la tribu Huichol, es costumbre atar los testículos del padre para que  pueda compartir el dolor de las contracciones de la mujer.  
"El acto de parir, ya se trate de un hijo, una idea o una obra de arte, va siempre acompañado de dolor. Los indios huicholes piensan que la pareja de la mujer debe compartir el dolor y el placer de dar a luz, por eso, mientras ella está de parto, el marido se sienta en las vigas situadas sobre su cabeza con una cuerda atada a los testículos. Cada vez que tiene una contracción, la parturienta tira de la cuerda. Al final el marido siente tanta alegría por el nacimiento del niño como la mujer ¡O incluso más!" 

Después de leer esto, me surgen muchas ganas de conocer más sobre este rito, para así poder hacerme una opinión que vaya más allá del "chascarrillo" fácil. 

Por ahora, y arriesgándome a ser muy atrevida. Algo no me convence del asunto, y va más allá de imaginar la cara de dolor del futuro padre. 

Tal y como afirma la comadrona italiana Verena Schmid, el dolor de parto, la intensidad de lo que allí ocurre, tiene un sentido fisiológico de protección de la madre y el bebé. El coctel hormonal que produce su cuerpo en circunstancias normales está preparado para transportar a la mujer que da a luz a una experiencia cercana al éxtasis. 

Es importante que el compañero empatice y acompañe ese momento sagrado, pero se me ocurren maneras más amorosas y eficaces de hacerlo...

Un mensaje de tranquilidad para los caballeros que estaréis en mi próximo taller para parejas: ¡¡¡no habrá cuerdas!!! 



 

sábado, 29 de marzo de 2014

Sobre mí

Aquí os presento de manera resumida y esquemática el recorrido académico y profesional que me ha llevado hasta el momento presente. Ver descrito de esta manera el camino andado no deja de resultarme algo frío, pero he de admitir que lo que pierde en calidez lo gana en claridad y brevedad. 

Me emociona tomar algo de distancia con lo ya hecho, para darme cuenta después de todo lo que queda aún por andar. Emocionante y prometedor...  

• Licenciada en Psicología. UAM, 1995. Colegiada nº M-26844
•  Especialización en Psicoterapia Bioenergética.  Instituto Español de Terapia Bioenergética. 1996-2000. Consulta privada 1999-2000 en León y desde 2011 hasta la actualidad en Aranjuez.
•  Formación en Terapia Sexual: Trastornos y disfunciones. UAM 1992. 
•  Formación en Psicomotricidad UAM, 1992.
•  Formación en Perinatal: Aproximación a la psicología perinatal, Muerte gestacional y perinatal, Salud física y emocional en posparto y puerperio, Jornadas de psicología perinatal. 2011-2013 
•  Formación como Doula.  Asociación “Mares Doules”, Barcelona, 2000. Desde 2005 acompaño a mujeres y parejas en el embarazo, parto y posparto.
•  Bailarina profesional y profesora de danza desde 1988. Imparto sesiones de “Danza oriental para el nacimiento” desde 2003.
•  Desde 2003 y hasta 2010 colaboré con el equipo de matronas de la maternidad Acuario en los grupos de preparación al parto.
•  Desde 2006 imparto talleres y conferencias para profesionales de atención a la maternidad organizados por diferentes entidades.  
• Atención psicológica a mujeres embarazadas y parejas desde 2011.
• Talleres para futur@s madres-padres sobre aspectos emocionales de la maternidad.
• Miembro de la Asociación Española de Psicología Perinatal. Grupos de formación y documentación. Miembro de el grupo de trabajo de psicología perinatal del COP de Madrid

Acompañamiento emocional para la maternidad-paternidad en Madrid




Servicios como Psicóloga perinatal:   

La psicología perinatal se ocupa de la atención psico-afectica de la maternidad y la paternidad, desde la preconcepción hasta el primer año de crianza.  Tiene como objetivo proteger y fomentar la salud psico-emocional del bebé por nacer y la familia, cuidando el vínculo afectivo desde el momento de la concepción, ayudando a que la mujer y su pareja tomen conciencia de cuáles son sus recursos y mejores habilidades como padres, y tratando las dificultades que puedan surgir en medio de ese camino de transformación. 

      "La educación emocional empieza antes de nacer, realmente desde el momento en que la madre es consciente de que está embarazada y va a tener un hijo". Rafael Bisquerra, 2011

El tiempo del embarazo es una maravillosa oportunidad que la naturaleza nos brinda para asumir una maternidad-paternidad responsables. Un tiempo privilegiado para ocuparnos de proteger y favorecer la salud, a todos los niveles, de nuestro futuro bebé. Un tiempo que asumido con consciencia nos brinda la oportunidad de crecer al lado de nuestr@ hij@.  

Talleres grupales y sesiones individuales.

Servicios como Doula:

En griego antiguo, "doula" significa "mujer esclava de otra mujer". Hoy la doula es una mujer formada para acompañar a la futura madre durante el embarazo, el parto y el posparto, proporcionándole acompañamiento y apoyo emocional continuo. En muchos casos es además una mujer que ya es madre y además ha tenido una buena experiencia de maternidad. 

Más información sobre esto en: tu doula en Aranjuez

Servicios como Terapeuta corporal:

Danza del vientre para el embarazo
Terapia bioenergética para la maternidad

Más información en:  Danza oriental para el nacimiento

Lugar: Aranjuez y Madrid (zona de Canillas Clyope). 

Para consultar precios y horarios de atención podéis contactar conmigo a en este teléfono: 658575456 o a través del email: marisol.diez@yahoo.es.