sábado, 28 de junio de 2014

Mi historia de amor en la maternidad Acuario


En este mes mi primer hijo, Daniel, ha cumplido 17 años. Diecisiete años ya... ¡vaya!

Su nacimiento fue el 6 de Junio de 1997, y me resulta fácil evocar el recuerdo de aquel momento, de toda su intensidad, de cómo todo lo que iba ocurriendo en mi cuerpo me llevaba, inevitablemente a un lugar en el que el tiempo y el espacio desaparecerían..., para luego estar y ser más presentes y vivos que nunca. 

En aquel momento yo no sabía exactamente qué iba a ocurrir durante el parto, reconozco que confiaba plenamente en que si el entorno era el adecuado, la fisiología respondería adecuadamente. Sí me había ocupado, junto con mi compañero, de buscar el lugar, y los profesionales adecuados para acompañarnos en el nacimiento de nuestro hijo. En aquel momento, en León, no logramos encontrar a nadie que quisiera atender nuestro parto en casa. Una matrona de Asturias con la que hablé por teléfono me recomendó que me pusiera en contacto con la maternidad Acuario. 

Para dar a luz a Daniel necesitaba un lugar donde me permitieran moverme y expresarme libremente. La danza y la terapia bioenergética estaban siendo fundamentales en mi crecimiento personal, y en ese momento no me imaginaba dando a luz en un lugar en el que no me permitieran vivir a tope aquella experiencia desde el cuerpo y lo emocional. 

No podía imaginar hasta qué punto aquella experiencia iba a ser fundamental en mi vida, y de qué manera iba a transformar nuestros caminos. El de Joaquín, mi compañero del alma, y el mío.  

Cuando llegué a la maternidad, a las ocho de la mañana, me dijeron que aquellas contracciones no parecían de parto. El día anterior había hecho un viaje en tren de 800 km, desde León, donde vivíamos, hasta Alicante. La noche la habíamos pasado en casa de una amiga, y yo no había podido dormir nada. 
En León aún estabamos con calefacción en aquellas fechas, y en Alicante nos habíamos encontrado con más de treinta grados. 

Aún faltaban diez días para la semana 40, y las contracciones eran irregulares, por lo que lo más probable era que si lograba descansar un rato, las contracciones parasen. Nuestras maletas, después de todo el viaje, estaban en la sala de espera de la maternidad. 

La enfermera que nos recibió en la maternidad me invitó a meterme un rato en el agua caliente. Yo estaba agotada después del viaje y de una noche de no dormir del todo bien, así es que la invitación me sonó maravillosamente. 

En un rato me encontraba en un lugar que me pareció el paraíso: luz suave, colores anaranjados en las paredes, una bañera preparada para recibir mi agotado cuerpo... Allí nos dejaron a solas. Al meterme en el agua, totalmente desnuda, mi cuerpo y mi mente viajaron a otra dimensión. Cerré los ojos. El agua cubría todo mi cuerpo y me fue relajando. Me dejé mecer y sentí con claridad que estaba en el lugar que necesitaba en ese momento. 

Aún yo no sabía que estaba de parto... 
Y sí. Sí lo estaba. 

Las olas empezaron a ser cada vez más intensas y regulares. Me movía de una y mil maneras dentro del agua. Joaquín no se separaba de mi en ningún momento. Y yo ya no estaba allí..., entré en un lugar de no retorno donde el ritmo de la naturaleza fue abriéndome por dentro. Todo fue rápido. Muy rápido. 

A las diez de la mañana Joaquín fue a buscar a una de las enfermeras porque yo necesitaba ir al aseo. Sentía que algo dentro de mi empujaba muy fuerte. Todo estaba ocurriendo tan rápido que ni siquiera era consciente de que era mi hijo que llamaba a la puerta. Aquella mujer tan amable que me había recibido en la maternidad me había dicho que no estaba de parto,..., pero la naturaleza había empezado ya a hacer su trabajo. 



En el momento en que me ayudaron a salir de la bañera, y sentí el suelo bajo mis pies, algo volvía a cambiar. 
Ya no quise volver a meterme en el agua. Soy un "animal de tierra", y en tierra nacería mi hijo. 

Fui al aseo recorriendo un pequeño pasillo que me pareció enorme. Sentarme en la taza me alivió enormemente. 
Al volver al paritorio me invitaron a tumbarme de lado en el sofá que había junto a la bañera. Yo me dejaba hacer. 
Confiaba plenamente en aquellas personas y además Joaquín me acompañaba en todo momento. Su presencia a mi lado fue muy importante para mí. En ese momento era mi conexión con el mundo. Mi madre, mi hermano, mi compañero del alma, la persona con la que yo me sentía a salvo. Estando con él, y en aquel lugar, nada malo podía pasar. 

De repente "un angel" se acercó a mi. Aquella mujer me acercó un vaso con una pajita y me invitó a beber. Estaba dulce y muy, muy frío... En ese momento aquella bebida fue como un salvavidas para mí. Estaba en trabajo de parto, completamente dilatada, después de un viaje demasiado largo, una noche demasiado calurosa en la que no había podido dormir, después de haber cenado sólo una ensalada y no haber desayunado nada... Posiblemente estaba con la tensión y la glucosa por los suelos, y eso, sumado al cóctel hormonal que tenía en el cuerpo, hacía que apenas pudiera ni moverme. Aquella mujer intuyó que necesitaba beber algo azucarado y frío. Lo intuyó, y acertó. 

Poco después llegó Enrique Lebrero, el ginecólogo que estaría conmigo durante el nacimiento de Daniel. No nos conocíamos aún, pero su presencia me dio fuerzas. Llegó con una sonrisa fascinante, me miró con intensidad a los ojos, se presentó y sin perder mi mirada me dijo: 

"Tu hijo está a punto de nacer. Lo que ocurra a partir de ahora depende solamente de tí. Adelante." 

¡¡¡Díos mío!!! Sus palabras, su mirada, su sonrisa... ¡¡¡y el subidón de azucar!!! me hicieron por fin darme cuenta de lo que estaba pasando. Mi hijo estaba a punto de nacer!!!! Mi pequeño Daniel, tan deseado!!!! 

Recuerdo que me senté en la silla de parto. Joaquín detrás de mí. Me sentía feliz en ese momento. Todo el cansancio se me había pasado. 

¡¡¡Mi hijo estaba ya allí!!! 

Una primera contracción allí sentada y rompí la bolsa de aguas bañando todo a mi alrededor. Aquello fue tan explosivo que Enrique, que estaba sentado casi en el suelo, frente a mí acabó con los pantalones empapados. 
Recuerdo su risa en aquel momento. Recuerdo mi risa, y mis fuerzas, y la certeza de que Daniel estaría en mis brazos en cuestión de minutos. 

La fuerza de la gravedad ayudó a que en la siguiente contracción, que ya no me dolía, la cabeza de mi pequeño apareciera entre mis piernas. Enrique me animó a que tocara su pelo. Además me acercó un espejo para que pudiera verlo. Fue increible.  Me sentía totalmente lúcida. Y absolutamente enamorada... de Joaquín, que entre contracción y contracción dejaba que mi cuerpo reposara sobre el suyo, de Enrique, con su presencia que me había transmitido tanta alegría, fuerza y seguridad, y de mi pequeño Daniel, al que ya por fin había visto y tocado. 
Enrique me avisó entonces de la sensación sorprendente que iba a venir después. El aro de fuego traspasó mis entrañas. Recuerdo que mi boca y mis ojos se abrieron, con un gesto de sorpresa. Recuerdo la intensidad de la sensación, lo sorprendente, pero no recuerdo ninguna molestia. 

Una contracción más y sentí como Daniel se escurría entre mis piernas, como un pececillo... Tan precioso, húmedo, resbaladizo,... 
Enrique lo recogió y enseguida me lo puso en mis manos. Recuerdo nuestro primer abrazo, y cómo abrió los ojos en cuanto escuchó nuestra voz. Sus enormes ojos. Y me enamoré aún más. Perdidamente.  

Cuando llegó el momento Enrique pasó unas tijeras a Joaquín y le invitó a que cortara. 
            
"Que lo que separa el hombre, no lo vuelva  a unir ¡ni Dios!"    

Como si de un maestro de ceremonias se tratase, esas fueron las palabras con las que Enrique animó a Joaquín a que cumpliera con el ritual. Mi hijo hacía por fin su primera separación de mi cuerpo físico. 

Fue hermoso. Emocionante. Placentero. Amoroso..., muy amoroso.

Aquello fue una verdadera historia de amor. Como nosotros habíamos querido que fuera. 
Gracias a Enrique Lebrero, y a todas las personas que hicieron posible aquel precioso día. 

Gracias Joaquín por ser en aquel momento la mejor compañía que podía tener. Por la confianza, ternura y seguridad que me inspiraste.

Gracias Daniel por todo lo que he creciendo y sigo creciendo a tu lado. 
Nunca imaginé que ser madre me iba a llenar tanto. Nunca imaginé todo lo que me traería después...


1 comentario:

  1. QUE BONITO RELATO!!! que parto tan emocionante! que gran alegria me da el haberte conocido y que aun estés en mi vida

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