domingo, 29 de junio de 2014

Mi historia de coraje en el hospital La Paz



Esta historia me trajo a mi hermosa hija Alba hace ahora trece años. Era un 3 de junio, y Joquín, Daniel (con tres años) y yo nos encontrabamos viajando desde León hacia Alicante para celebrar el nacimiento de la pequeña de la familia. 

Faltaban ocho días para cumplir la semana 40 de embarazo. Yo estaba feliz, porque al día siguiente volvería a encontrarme con mis amig@s de la maternidad Acuario, donde habíamos decidido que nacería también nuestra hija. 

Este embarazo lo había vivido muy intensamente junto a nuestro hijo Daniel. El estaría presente en el nacimiento de su hermana. Había imaginado tantas veces cómo sería ese momento en el mismo lugar donde él había nacido, casi cuatro años antes. Su nacimiento fue tan hermoso, tan especial. Habíamos decidido que todo fuera igual para Alba.    

Lo habíamos decidido así..., pero la vida había preparado algo diferente para nosotros..., para mí, y para nuestra hija.

Habíamos previsto hacer el viaje a Alicante en dos etapas, para que no fuera tan largo, sobre todo pensando en Daniel. Paramos a hacer noche en Madrid, en casa de mis padres. Llevábamos nuestro coche y de madrugada saldríamos de nuevo hacia Acuario. 

Y volvió a ocurrir..., demasiado calor para dormir bien, noche revuelta, yo sentía las contracciones, las olas que subían y bajaban, y recuerdo que le decía a Alba: 
"tranquila hija..., aún no toca...". 

No podía ser..., no quería que fuera... 

Estaba en casa de mis padres, en Madrid, ¡¡¡allí no podía ponerme de parto!!! Allí no quería!!! 

Antes del viaje lo había previsto todo (o eso creía yo...). Si las contracciones hubieran empezado en León, había decidido que me metería en mi baño y tendría a Alba yo sola. ¡¡¡¡Por nada del mundo me imaginaba tener a mi hija en un hospital con unos protocolos tan retrógrados que ni siquiera habían permitido a mi compañero entrar a ver las ecografías rutinarias!!! ¡¡¡jamás!!! Si me ponía de parto en León tendría a mi bebé yo sola!!!

Pero..., ¿y si Alba decidía nacer en medio del viaje? ¿en Madrid? ¿en casa de mis padres? ¡¡¿¿en mi cama de cuando era niña??!! Esta opción no me la había planteado siquiera... 

Eran las tres de la madrugada cuando me tocó empezar a aceptar. Desperté a Joaquín y le dije que tendríamos que pasar por un hospital antes de seguir el viaje. Ilusa de mí, aún tenía esperanzas de que aquello no fuera trabajo de parto verdadero... Las contracciones eran soportables, pero muy intensas y regulares. Ya había pasado por ese momento, y yo sabía que estaba vez todo podía ir aún más rápido que en la primera ocasión. Daniel había nacido con menos de cinco horas de trabajo de parto intenso, por lo que, si proseguíamos el viaje tal cual yo me encontraba en ese momento, nos arriesgábamos a que Alba naciera en ¡¡¡¡una gasolinera de Albacete?????!!!! ¡¡Nooooo!! No me apetecía aparecer en los periódicos por algo así!!!!

Daniel dormía plácidamente cuando mi padre nos llevó a Joaquín y a mi al hospital de La Paz, en Madrid, el más cercano a donde estabamos. Recuerdo que yo le decía internamente a mi hija: "No Alba no..., en el taxi del abuelo no se te ocurra nacer..." 

Aquello era como estar viendo una película en la que yo no había comprado las entradas. ¿¿Por qué?? No era como lo había previsto... ¿Estaba yo preparada para aquello? La vida luego me demostró que sí lo estaba.




Antes de salir hacia el hospital habíamos llamado por teléfono (el fijo de mis padres..., en aquel momento aún no teníamos teléfono móvil... ¡Qué curioso!) a Acuario. Agathe, la matrona que estaba de guardia me atendió, y recuerdo que me preguntó si no quería intentar viajar hasta allá. Yo no me creía capaz de parar aquello que mi cuerpo gritaba a voces durante todo un viaje, asi es que Agathe me dijo: "Marisol, ya sabes cómo quieres que sea tu parto..., no dejes que te metan miedo". 

Y así lo hicimos.

A las cuatro y media de la madrugada entrabamos Joaquín y yo por la puerta de urgencias de La Paz. "¿¿Qué hago yo aquí?? ¿¿qué hago yo aquí??" Las batas blancas siempre me habían hecho sentir pequeña, muy pequeña,... ahora no podía permitir que esto ocurriera. 
"Mi hija. Mi hija. Tengo que proteger a mi hija por encima de todos mis miedos"

Joaquín se despidió de mí. Me hicieron un tacto para ver como estaba y sin decirme nada me dijeron que me quedaba, estaba de parto. Me dieron una bolsa para mi ropa (o eso lo hicieron antes del tacto?) y me quedé vestida-desnuda con uno de esas batas verdes que te hacen sentir como si llevaras un babero de la escuela infantil. 

Recuerdo por donde iba mi diálogo interno: "Bien..., todo está bien... Nace Alba y en cuanto pueda pido el alta voluntaria y nos largamos de aquí..." 

Ya sola me subieron a una habitación. Mi mente estaba aún muy lúcida. Recuerdo las paredes blancas (demasiado blancas...), la cama metálica en el centro (demasiado metálica), la pared con todos esos aparatos extraños y cables que yo no sabía qué tenían que ver con un parto. 

En ese momento había visto ya a "no-sé-cuantas-mujeres" que me habían dicho qué tenía que hacer, o me habían preguntado cosas, pero ninguna se había presentado a mí. Recuerdo que yo en cambio les hablaba mirándoles a los ojos, con serenidad (toda la que en ese momento podía tener), tratando de conectar con ellas a nivel humano, por ver si esto era posible en aquel lugar. 

La última que habló conmigo me dijo que me quedaba sola en la habitación hasta que viniera una enfermera a ponerme un enema y abrirme una vía. Por aquel entonces ya se había corrido la voz en maternidad de que yo era "la que iba a Acuario a hacer parto natural"... No les puse pegas a nada..., pero yo ya vería cómo me las arreglaba para que me dejaran hacer a mi aire. 

Nunca se me han dado bien los enfrentamientos cara a cara, asi es que me limité a "poner cara de que todo va bien y voy-a-ser-una-niña-buena", para que me dejaran tranquila y pudiera hacer lo que ¡a mi me diera la gana! 

Esto funcionó. A medias, pero funcionó un buen rato.

Recuerdo que me senté en una butaca que había frente a la cama, en una esquina de aquella habitación, demasiado blanca, demasiado metálica, demasiado fría. 
A mi izquierda, un poco más hacia delante había una ventana. Aún era de noche. Yo no sabía qué hora era, ni me importaba. Joaquín no podría pasar conmigo hasta que me hicieran el enema y me abrieran la vía (nunca entendía por qué ni para qué), pero desde luego yo no iba a pedir ni una cosa ni la otra. 

Mientras esperaba que todo ocurriera mi mente iba y venía acordándome de mi pequeño Daniel. Qué decepcionante sería para él no estar en el nacimiento de su hermana. Lo habíamos hablado tanto. Yo tenía tantas ganas de que él estuviera con su hermana mientras naciera. Pero no allí, no en aquella habitación. 

Venían más contracciones, y yo respiraba allí sentada, con mi boca abierta mientras le decía mentalmente a mi hija que todo estaba bien, que yo estaba allí con ella para protegerla, que en cuanto naciera nos largaríamos de allí corriendo.

Desde mi habitación oía a una mujer gritando. "¡¡¡no puedo!!! ¡¡no puedo!!" Mientras otra voz de mujer le decía con autoridad y a gritos: "Estira las piernas..., ¡¡¡estira las piernas!!!" 

Yo sabía que estaba de parto..., pero...¿por qué le decía la matrona aquello? ¿para qué debía estirar las piernas? ¿por qué aquellos gritos de sufrimiento? Aquello no tenía nada que ver con lo que yo había vivido en Acuario, y ahora que sabía con certeza que "después me tocaría a mí", empecé a sentir miedo. 

De nuevo una contracción. Esta la pasé de pie. Seguía sola en la habitación. Por mi parte me parecía genial. Quería que me dejaran en paz el mayor tiempo posible. 

Si mi hija nacía pronto, allí mismo, conmigo nada más, podríamos irnos pronto. 
"Vamos hija, sigue adelante, que yo te recojo. Vamos a hacerlo sin que nadie se entere..."

La siguiente contracción la pasé de cuclillas, agarrada a un lateral de la cama. 
En ese momento vi cómo una enfermera pasaba rápidamente por delante de la puerta, que tenía en ese momento frente a mí. Cuando ella me vio agachada detrás de la cama se paró para mirarme y me dijo: 
"¿Qué haces? ¿rezando?" 

Me quedé alucinada con la pregunta, y por supuesto le dije que sí, claro, que estaba rezando... 
No estaba yo como para andar dando explicaciones. La siguiente contracción fue más intensa ya. Empecé a sentir que no era del todo divertido estar a solas con aquello. Recuerdo que estando allí de cuclillas me agarraba fuerte con mis manos a la sábana blanca (demasiado blanca...) de mi cama, como buscando consuelo en su contacto. 
Fue entonces cuando sentí que Alba hacía un movimiento rápido dentro de mí. Empezó a descender por mi cuerpo y por un momento temí que se me escurriera entre las piernas sin que yo pudiera agarrarla. 
¡¡Está ya aquí!! pensé, entre la alegría y el miedo. Me abría por dentro, recordaba aquella sensación del parto de Daniel, pero ahora no estaba allí la caricia del agua, ahora no estaba Joaquín conmigo para acompañarme cuando me sintiera morir, ahora no estaba en el sitio...

Me puse a cuatro patas en el suelo para frenar un poco aquello. Si lo iba a pasar sola debía hacerlo más soportable para mí. "Tranquila hija, tranquila, más lento..."   

Una mujer entró en la habitación mientras yo estaba en el suelo. Estaba vestida de blanco totalmente, tendría unos cincuenta años, rubia (de bote) y con gafas. Me miró con dureza y me preguntó con brusquedad: 
"¿Qué haces? ¿ya estás?" 

Yo no entendía nada... le dije con suavidad, quedándome apoyada de rodillas junto a la cama: "Necesito ayuda", a lo que ella me respondió, con un tono aún más duro: "Venga vamos!! ¿Que si has acabado ya?" 
Con mi cara le mostré claramente, en medio de otra de mis contracciones, que no sabía de qué hablaba: "¡¡¡ Que si ya has echo caca!!!" 
Y empezó a disparar de manera indiscriminada: ¡venga ya! ¡que este parto está siendo ya un coñazo!. 

Cogiendo fuerzas, y coraje, de donde pude en ese momento, y sin dejar de agarrarme a la cama, que era lo único amable que tenía allí en ese momento, le dije que sí, que había hecho caca (en mi casa...), y que prefería que no me tratase de aquella manera. 
Ante mi respuesta, y como si de una entrenada jugadora de tenis se tratase, armó su boca con fuerza y me soltó un revés con sus palabras. Me miró fijamente, con una mirada entrenada por el paso de los años y la experiencia, con una mirada que taladraría hasta una pared de hormigón, y me dijo la frase, seguro que tantas veces utlizada: 
"Si no quieres que te trate como a una niña, colabora!!!"  

Mi instinto de supervivencia me dijo rápidamente que aquella mujer era mejor tenerla como amiga que como enemiga, así es que, trataría de nuevo de comportarme como una "buena chica", para que ella me ayudase a que mi hija naciera y después salir corriendo. Era lo único que quería hacer en ese momento. Que mi hija naciera ya para salir corriendo de allí. Me sentía frente a una auténtica depredadora, y mi hija estaba ya demasiado cerca de mi como para frenar lo que estaba pasando en mi cuerpo. 

Yo seguía sin saber quien era aquella mujer, seguía sin saber por qué estaba de tan mal humor, qué le había hecho yo para que me tratase así. Fue entonces cuando llamó a un celador. Todo ocurría muy rápido. Aquel chico entró con una camilla con ruedas a la habitación, y preguntó que si me ayudaba a subirme. Aquella mujer, la "sargento", le dijo  que no, que yo "venía a hacer parto natural" y que entonces le siguiera andando. 

Sentía hostilidad verdadera hacia mí. ¿Por qué? Me fui arrastrando como buenamente podía detrás de aquella camilla, a una habitación cercana. "La sargento" me dijo que me tumbara, que necesitaba explorarme, que tenía que tumbarme en la cama por mucho parto natural que quisiera hacer, y que tenía que dejarle abrirme una vía. Yo no tenía fuerzas para discutirle nada. Yo sabía que mi hija nacería en cualquier momento, y no pensaba que fuera prudente enfadar más aquella mujer. 




Recuerdo que me tumbé, y me sentí como si estuviera en el matadero. Ahora sí que estaba sola. Y asustada. Todo lo que me daba más miedo estaba allí mismo. Cuando habíamos preparado el nacimiento de nuestra hija en Acuario, era porque yo no me sentía capaz de verme pariendo en un hospital, ni tumbada, ni acompañada por una matrona que me tratase de aquella manera. Yo necesitaba sentirme fuerte, capaz, protagonista, y que las personas que estaban conmigo me inspirasen confianza y amor. 

La vida había preparado otra cosa. Me tocaba aprender más sobre mi fuerza, mi coraje, mis capacidades, y era mi hija la que me iba a dar esta lección.   

Volvió otra contracción, y la enfermera que iba a abrirme la vía estaba junto a mí. Cerca, muy cerca. Y entonces, en décimas de segundo, en medio de la intensidad de la ola que atravesaba mi cuerpo mientras estaba allí tumbada, como si de repente me hubiese convertido de una especie de "vampiro", ansiosa de piel humana, pude casi oler la proximidad de su piel. Cerca de mí. 
Miré a los ojos de aquella mujer y con voz suave le pedí: "por favor, ¿me dejas que te agarre el brazo?. No recuerdo su cara, pero recuerdo todos los matices de la piel de aquel brazo que estaba en ese momento frente a mí. Ella me respondió con miedo: 
"Bueno, si no me haces daño...". 

Cerré los ojos y me agarré a su piel con auténtica sed de contacto humano. Con los ojos cerrados aquel contacto fue como volver a casa, como estar con mi madre. Y me dio un segundo de paz en medio del pánico. Le di las gracias con una sonrisa cuando todo pasó. Y ella se alejó sin más.

Volvió de nuevo "la matrona sargento" gruñendo entre dientes no sé que cuantas barbaridades. Yo seguía tumbada, por supuesto. Todo seguía ocurriendo muy rápido. No sé muy bien qué debió ocurrir en la anterior contracción, pero ella empezó a quejarse de lo sucio que estaba siendo aquel parto, que lo tenía todo "perdido", que nunca había visto un parto tan sucio... Y seguidamente, y sin cambiar el tono, me informó que aún no había roto aguas y que debía romper la bolsa, que tenía que monitorizar al bebé. Yo no dije nada en contra. ¡¡¡Por Dios!!! ¡¡Sólo quería que acabase aquella locura!! 
Metió algo entre mis piernas y rompió la bolsa. No dudó entonces en acercarse a mi cara con algo entre sus manos. Era lo más cerca que estuvo aquella mujer de mi en todo el tiempo. Memiró a los ojos y enseñándome aquel líquido me dijo: 
"¿Ves esto? ¿sabes lo que es? pues que sepas que tu hija ha estado sufriendo..." 

Todo se hundió debajo de mí. ¿Qué le había hecho yo a mi niña? ¿de qué hablaba aquella mujer? Las aguas estaban algo teñidas, pero yo estaba segura de que mi hija estaba estupendamente. Hasta ese momento por lo menos... Ahora mi fuerza interior se iba por un desagüe, junto a las palabras de aquella mujer y a aquellas aguas teñidas. No podía más. Me sentía morir. 

Como si de un ángel se tratase, vi entrar a Joaquín por la puerta. Traía una de sus mejores sonrisas, yo sabía que para aliviarme. También traía una de esas caras de "no entiendo nada". Recuerdo que extendía mis manos ávidas hacia él, hacia su cuello, hacia su cara, sintiéndome de nuevo "vampira de piel". Tiré de su cara hacia la mía, sentí su olor, mientras la matrona gritaba: "pero qué haces??!! estás poniendo perdido de sangre a tu marido??!! Nunca he visto un parto tan sucio!!" 
(¿Qué narices le pasaba a esta mujer con la suciedad?)

Estaba ahora acompañada por una enfermera, y me pidió que estirara las piernas, que tenía que monitorizar al bebé. Yo no sabía qué pasaba, pero sí sabía que no podía estirar las piernas. Literalmente, ¡no podía! Mi hija había estado sufriendo, aquella mujer tenía que ayudar a mi hija ahora, y yo debía obedecerla, pero ¡mis piernas no se estiraban! Y recordé los gritos de la mujer en la habitación de al lado unas horas antes..., o minutos, o días...

La matrona y la enfermera estaban colocadas cada una a un lado de mis piernas. Me empujaban con todas sus fuerzas las rodillas hacia abajo para que yo estirase. Y de repente, otra contracción. Esta me atravesó completamente. 
Allí tumbada sentí como algo me recorría todas las tuberías y yo no podía evitar empujar. Como un gran orgasmo, pero sin placer. Como un gran orgasmo en medio de una violación. Porque así es como yo me sentía en aquel momento: violada. 

Vi como aquella mujer estaba entre mis piernas, metiendo algo punzante. Mis piernas estaban ahora flexionadas, miré la ventana que estaba a mi izquierda, y mi hija se escurrió desde dentro de mí. Como un pececillo, de nuevo. Aquella sensacíón de alivio y felicidad. 

Acababa de amanecer en ese momento y mi hija estaba sobre mí. No lloraba. La cara de la matrona había cambiado. Parecía que todo iba bien. Yo sabía que todo iba bien. Al ver a mi niña se me olvidó de repente todo lo malo ocurrido. En ese momento volví a enamorarme de todas las personas que estaban junto a mí. Sargento incluida. 

Alba había nacido... ¡al alba! y era preciosa, ¡tan bonita! ¡tan pequeña! 

No era lo habitual en La Paz en ese momento, pero como yo iba a hacer "parto natural", me dejaron darle de mamar en el paritorio. Rosa, que así se llamaba la matrona, que en ese momento decidió presentarse (por fin!) se volvió casi humana. 
Que si llevaba 24 horas de guardia..., que si estaba agotada... 
Como si de un síndrome de Estocolmo se tratase, en aquel momento de tanta felicidad para mí, sentí lástima por aquella mujer. Aquella mujer que me había estado maltratando de mil y una maneras. A las cuatro y media llegaba a La Paz, a las seis y media nacía Alba, y aún así habían sido capaces de maltratarme una y otra vez.  A pesar de que yo sabía cómo quería que fuese mi parto, a pesar de lo rápido que fue todo. Aquella matrona me había infantilizado, insultado, juzgado, despreciado, agredido. Con sus palabras, con sus gestos, con su actitud insensible y su crueldad. 

Después me explicó que ellas pensaban que alguien me había puesto ya el enema, y que cuando vieron que en el parto salían heces, no entendieron nada. Esta claro que yo tampoco. 

A las once y media de esa misma mañana salíamos de aquel lugar. No queríamos más intervenciones, más torpezas, más descalificaciones. 

Aún quedaba "el postre final". 

Mientras me trasladaban hacia la habitación, mi hija se quedó con ellas. Cuando la trajeron después, le habían hecho un lavado de estómago ¡¡¡del calostro!!! Nadie me pidió disculpas cuando después supieron que la niña había estado mamando en el paritorio. Nadie le pidió disculpas a ella cuando supieron que lo que tenía en su pequeño estomaguito no era "aguas sucias", sino el regalo blanco y dulce de mi cuerpo. 

Mi autoestima estaba en ese momento tan destruida que ni se me ocurrió en ese momento la posibilidad de que aquella intervención que le hicieron fuera innecesaria. Al fin y al cabo la matrona me había dejado bien claro que mi hija había estado sufriendo dentro de mí. Seguro que mi hija necesitaba aquel lavado de estómago. Pobrecita mi pequeña..., su madre no había sido capaz de protegerla...

Cuando supe que no. Que lo que sacaron de su cuerpo no era agua meconial sino mi calostro, lo tuve claro. Nos iríamos de allí sin dudarlo. 



Antes de firmar el alta voluntaria nos amenazaron con todo tipo de cosas terribles que podían pasarnos a mí y a mi hija si nos íbamos de allí. ¿Y quien nos protegía de las mil cosas terribles que podían pasarnos si nos quedábamos allí?  Estaríamos pasando ese día en casa de mis padres, muy cerca de allí. Si algo malo ocurría no dudaríamos en ir a un centro sanitario. 

Al salir de aquel lugar con mi hija en mis brazos me sentí a salvo. La tristeza, la rabia, el dolor emocional fueron apareciendo cuando mi cuerpo fue volviendo a la realidad, en las horas y días siguientes. 

Durante mucho tiempo pensé en denunciar a aquella matrona. Sólo fueron dos horas en aquel hospital, y en aquel breve tiempo me habían violado y agredido de mil y una maneras. A mi y a mi hija, que a los cinco minutos de vida le habían obligado a tragar un tubo de plástico para lavarle el estómago. 

Me tocó reconstruir todo aquello mental, emocional y energéticamente. Con voluntad fui trayendo a mi mente todas aquellas imágenes de lo que sí había podido hacer en aquel momento, a pesar del miedo. Las imágenes de todas esas contracciones que pasé a solas agarrándome fuerte a mi hija y tratando que las enfermeras me dejaran en paz. Las imágenes de cada vez que, sin que nadie me viera, tomaba "mi chute" de bolitas de homeopatía que llevaba escondidas en mis manos para que nadie me las quitase. 

En la entrada del hospital me habían quitado mi ropa, mi identidad, mi libertad, la compañía de mi marido. Cuando me vi sola en la habitación me tocó aceptar. Sentí con claridad que a mi hija no le hacía bien que me pelease con lo que estaba por venir, por lo que me solté de mi deseo de un parto en Acuario, me solté de mi fantasía de control absoluto, y me dejé fluir. Gracias a aquello mi hija nació rápidamente, pero aún así no pude protegerla, ni protegerme de todas las agresiones que estarían por venir.

Alba, con su nacimiento, me trajo más fuerza, más coraje. Me demostró que, aún en aquellas condiciones, yo podía parir. Desde entonces trato de compartir con las mujeres y parejas la importancia de aprovechar el embarazo y el parto para empoderarse, para conectar con todo nuestro poder y de reparar las heridas que pueda traer de atrás nuestra autoestima. 

No hay forma de controlarlo todo. La vida nos trae una y otra vez situaciones en las que nos tocará poner a prueba nuestro poder, muestra determinación, nuestra confianza y coraje. No es posible controlar lo que es externo a nosotras, pero sí está en nuestra mano mantenernos centradas, enraizadas, a pesar de las tormenta. Fuerza en las raíces, y flexibilidad para adaptarse a las circunstancias. Sin peleas que desgasten. Sin rigidez.

Esa fue mi historia de coraje con el nacimiento de Alba. A partir de entonces vinieron, y seguirán viniendo muchas más historias. 

Ojala cada vez más profesionales de atención a la maternidad vayan siendo conscientes de la importancia de cuidar y proteger emocionalmente a las mujeres durante el embarazo, parto y posparto. En ese tiempo se construyen las bases de su relación con su hij@, relación que es fundamental para la futura salud, a todos los niveles, del bebé recién nacido o por nacer.  

Gracias preciosa Alba por tu lección de vida.    
             

        

                   

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